MADRE
Sentada al lado de la ventana, hundida en la
penumbra de la noche, mezo mi cuerpo en el viejo butacón donde abrigada en ti,
solía quedarme dormida. Recuerdo tus sosegados cánticos retumbando en tu pecho,
viajando por el aire calmo de esta habitación, absorbidos por mi oído,
acariciándome el alma, que tranquila, sucumbía
a esos susurros que removían mi melena de niña.
Recuerdo el latir de tu corazón, el calor de tu vientre, y los besos de
tus labios haciéndome cosquillas en la sien. Yo apenas abría los ojos, porque
podía verte aun cuando mis parpados permanecían cerrados, vencidos por el sueño. Y entonces, acunada en
ti, no sentía miedo, ni soledad; la
felicidad era mi dueña. Y mi mente volaba hacia mundos mágicos, envueltos en
algodón, surcados por arcoíris, colmados de risas: —¡Mami! —gritaba eufórica,
prendida a aquella nube, y tú reías y yo… yo corría hacia a ti, mamá… Entonces me despertaba, y al despertar
siempre estabas…
Sin
embargo, hoy, no ocurrió… Te juro que he abierto y cerrado los ojos mil veces,
pensando que la penumbra atraería el sueño, creyendo que la noche me devolvería
a la niñez, y a tus brazos… Pero, sigo siendo una adulta, que se mece en este viejo
butacón, cargado de ruidos a causa de la carcoma… Incluso he mirado al cielo:
“Esta noche está lleno de estrellas, ¿sabes, mamá?”. Tú me decías que
allá, flotando en ese terciopelo azul
que acuna la noche, los ángeles tenían su casa. Yo quiero creer que estás ahí,
mirándome desde una de esas estrellas; porque tú eres un ángel, mamá. Porque
necesito pensar en ese mundo de fantasía que tú y yo construimos. Pero, soy
demasiado mayor para creer en cuentos de hadas; demasiado vieja, aunque mi piel
engañe a los años que mi alma carga desde ese día que tus pulmones dejaron de respirar
en aquella habitación de hospital. De repente, no escuché tu corazón, y sentí
que… ¡me volvía loca!, porque mi niñez se rompió. Tuve tanto miedo, tengo tanto
miedo… Miedo a la realidad, a este mundo opaco, lleno de certezas y
previsibilidad… ¡Yo solo quiero mi arcoíris!
Y
entonces, la brisa se cuela por la ventana y enfría mis mejillas bañadas en
lágrimas tangibles, colmadas de dolor y perdida. Y sin saber cómo, en medio de la oscuridad,
escucho tu voz muy a lo lejos. El frío se va y el calor me envuelve a pesar de
estar desnuda, a pesar de no sentir ropas sobre mi piel… Una piel que se ha
vuelto húmeda, pues de pronto no es aire lo que rodea mi físico, sino líquido.
Un líquido que sabe a ti, que huele a ti… Oh, pensaba que se me había olvidado
tu olor; pero aún lo llevo impregnado en mis sentidos, en mi esencia… Intento
abrir los ojos: (puede que esto sea un sueño, puede que me haya quedado al fin
dormida); pero, aun cuando mis parpados ceden, no veo nada; sin embargo, y pese
a esta oscuridad, jamás había estado rodeada por tanta luz… Escucho tu corazón
latir de nuevo, acompañando a mi latir. Algo toca mi cara, no sé qué es, pero
es tan blando y acogedor, como lo fue aquella nube donde solíamos jugar en mis ensueños cuando era una niña. Entonces la nube se arruga, y siento tus dedos, tus
manos moldeándola, acariciando mi cara a través de este extraño algodón.
—Hola, bebé —reverbera tu dulce voz en el líquido, y no solo escucho tus
palabras: ellas me abrigan—. ¿Me sientes, mi niña? —me dices, mientras tu mano
sigue ahormando el algodón, convirtiéndolo en caricias.
Y de
repente, mis ojos se abren a la realidad, y mis temores desaparecen;
porque me doy cuenta que no hay arcoíris
que buscar, ni cuentos de hadas en los que creer. La verdad está dentro de mí, por todas
partes; antes no la veía porque huía de ella pensando que me haría daño. Me
daba pavor no encontrarte. Hasta hace un minuto, mi realidad se llamaba muerte.
Sin embargo, tú acabas de mostrarme que la muerte no es otra cosa que la
continuación de la vida. Nuestro cordón umbilical jamás se rompió, ni mi niñez,
ni tu susurro… Ahora, miro a esta
habitación oscura y la siento colmada de líquido, de tu esencia… de amor. He
abierto y cerrado los ojos, y te veo… me sonríes y yo corro hacia ti… porque
vives en cada resquicio de mi alma, porque tu vientre me hizo tuya y tu amor es
el arcoíris eterno de nuestros juegos.
Te
quiero, mamá.
Escrito
por Gema Lutgarda. Septiembre 2014
Todos
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