NO HAY BARRO EN MÍ
Llueve. Está lloviendo. Apenas puedo ver el abandonado jardín a través
de los cristales de la ventana. Me angustia la falta de claridad, la noche, la
lluvia, mis pensamientos. Ni siquiera volví a la cama… El agua resbala por las canales,
chisporrotea en el alfeizar, se vierte
al suelo… convirtiendo la tierra en barro, convirtiendo…
Encojo los ojos, un rayo electrifica el cielo,
ilumina la habitación. Me tapo los oídos. No me gusta el trueno. Le tengo mucho
miedo a la tormenta, mamá. ¿Mamá?
—¿Mami? —Me aferro a mi muñeca, la aprieto
contra mi pecho. He escuchado un ruido. Llueve, llueve mucho. Mami no ha venido a verme—. ¿Mami? —Comienzo
a cantar la canción que ella me ha enseñado. Es una canción mágica. La canción
nos protege, nos hace sonreír. Miro a mi muñeca, ella no sonríe. El trueno
ruge. Me tapo la cabeza con la mantita—.
Shhhh… No tengas miedo, Dora. El trueno es bueno. Solo juega con el rayo. Solo
juega con el rayo. —Le acaricio el pelito a mi muñeca: “Pobrecita, está
asustada”. Será mejor que busquemos a mamá: “Te sentirás mejor después, Dora”…
Toco con mis pies descalzos el suelo: “No debo andar descalza en invierno o me
pondré malita”. El trueno ruge otra vez y salgo corriendo sin coger las
zapatillas. Dora está asustada. Tengo que llevársela a mamá… Me aúpo para
alcanzar el pomo de la puerta. Ya lo alcanzo, he crecido, ya soy grande; por eso no tengo miedo; pero
Dora es pequeñita y sí lo tiene. La puerta se abre, el pasillo está oscuro.
Escucho a papá… El trueno se ha callado; pero a veces su voz es más fuerte que
la del trueno. No me gusta. No me gusta. Sin embargo, hoy habla bajito. Está en
el baño. Le está hablando a mamá.
—¿Mami?
—Eres tan bonita, Luisa… Tan… bonita… —La voz
de papá suena diferente. Casi no lo oigo. No grita. ¿Le está contando a mami un
secreto? Los secretos son feos. No me
gustan, duelen. Yo tengo muchos secretos, no puedo contarlos porque, si no,
papá le hará daño a Dora. Dora es mi hijita, yo soy su mamá, tengo que
protegerla.
“No pasa nada, Dora. No tiembles”; aprieto el
cuerpecito blando de mi muñeca para darle calor—. ¿Mami? —Mami no contesta. Está callada. Está en el
baño. Con papá… Me froto el pecho y calmo a Dora. Tengo una sensación rara en
la garganta: me… aprieta; mi corazón salta. Siempre salta cuando papá está
delante, cuando estamos solos, cuando me… me…
—. Shhhh… No debo decirlo, es un secreto.
Llego a la puerta del baño y miro al pomo. Ya
lo alcanzo, ya soy grande; pero no sé si quiero abrirla. Mamá no contesta. ¿Me
he portado mal? No se lo he dicho a nadie, papá. No se lo he dicho a nadie—. ¿Mami?
—Sale humo del baño, hace mucho calor; pero yo tengo frío. La puerta está
abierta, solo un poquito abierta. La empujo y…
—¡¡¡¡¡NO!!!! ¡¡¡¡MAMÁ!!!!!
—¡Dios
mío, Elena! ¡Cariño! —Sus brazos me atrapan, me zarandean. La naturaleza
retumba, el rayo baña de tétrica luz la oscuridad. Mis pupilas se mueven
rápido, quieren escapar de esta pesadilla; pero llueve, llueve demasiado. Y
tengo frío, ¡tengo tanto frío!
—¡Está
muerta. Está muerta, Christian!
—Dios,
Elena… Cálmate, mi amor… Sabía que esto iba a pasar. Sabía que esto iba a
pasar. Me he asustado tanto cuando he entrado en tu habitación y no te he visto
en la cama.
—Yo
me he portado bien. Me he portado bien. No se lo he dicho a nadie. No se lo he
dicho a nadie. —Las palabras salen disparadas de mi boca, mi psique las expulsa
sin que mi razón pueda hacer nada por paralizarlas.
Y él
me envuelve; mientras el relámpago consigue hacer visible nuestro sudor,
mientras el gélido trueno vuelve a sobrecogerme. Me mece, me cubre, en el suelo
de esta habitación, aún vacía, sin muebles. Tan vacía como mi alma. Por eso lo
necesito, necesito de él para seguir adelante. Para saber que estoy viva. Que
merezco estar viva.
—Dime
que no vas a dejarme nunca, Christian. Que siempre vas a estar ahí cuando haya
tormenta —le suplico; acurrucándome en su envoltura, en su regazo; posando la
cabeza sobre su pecho, oliendo su piel: ese olor que me tranquiliza, que siento
como aquella canción que mi madre cantaba y me hacía sonreír; sin embargo, no
sonrío.
—Mírame, Elena —y su tierna voz insta a mis ojos a abrirse, a hundirme en
sus profundos irises marrones; aunque tiemble por dentro: por el miedo a que mi
mirada descubra mi vergüenza. No quiero perderle—. ¿Qué ocultas? ¿Qué no me
quieres decir?
—Él
la mató, Chris… Mi madre no se suicidó. Pero, todos le creyeron. La policía, su
familia e incluso la familia de mi madre. Tuve que vivir con él. Con ese
asesino todos estos años… No sabes cuánto le odio.
—No
es odio, Elena… —bosquejan sus labios sin apartar su mirada: adivinando,
profundizando en mis miedos. Mi piel se eriza al compás de la suya. Acaricia
mis cabellos oscuros, los retira suavemente, despejando mi cara, llevándose con
su mimo el único escudo que aún cubría el escondite de mi secreto—…. Es pavor…
Lo que destilan tus ojos es pavor… Jamás te he preguntado, porque en el poco
tiempo que llevo conociéndote, para lo que he vivido es para ayudarte. Supe que
tenía que separarte de él. Y así lo hicimos; pero el asesinato de tu madre no
fue el único crimen que cometió ese sádico, ¿verdad?... Acabas de gritar que te
habías portado bien, que no se lo habías dicho a nadie… ¿Qué no habías dicho? —Y sus ojos se llenan
de lágrimas, la repulsión comprime su rostro. Y yo me quiero morir. Sabía que
esto pasaría: va a dejarme, va a dejarme… porque el barro me domina. Soy una
puta. Soy una puta—. Elena, ¿abusó de ti?
Pero mis labios permanecen cerrados. Mis ojos esquivan
la verdad. Mi hálito se retuerce en la desesperanza. Aunque mi cuerpo se aferre
a su cuerpo, deseando, ansiando lo que yo misma me niego. ¿Cómo voy a amarle?
¿Cómo puedo anhelar su amor? Si no me merezco nada…
—Elena, mírame. —Su mano levanta mi barbilla, su esencia urge a mis ojos
a no huir, a no renegar; a pesar de que sienta tiritar su espíritu, a pesar de que
cada fibra de su cuerpo chirríe por la tensión—. ¿Abusó de ti? —esboza de nuevo
la pregunta casi sin atreverse a romper el ambiente.
Y se
quiebra en un alarido inaudible cuando mis lágrimas, mi gesto se lo confirma.
—¡Hijo de puta! —retumba su grito en medio de la tormenta, retira su
abrazo, comprime su cráneo. Y yo escapo de su furia; aunque debería dejarme
atrapar y acabar con esto de una vez. Pero reacciona en cuanto nota mi falta: me
coge del brazo, me arrastra hacia él, me yergue hasta que nuestros cuerpos
contactan; con las rodillas hincadas en el suelo, con nuestros alientos
consumados en un solo aliento. Y el miedo vuelve a ser nuestro único aliado. No
sé qué quiere, qué pretende de mí. ¿Va a pegarme? ¿Va a insultarme?
—¿Desde cuándo? ¿Cuándo empezaron los abusos? —Mueve el aire, casi puedo
escuchar el rechinar de sus dientes, el jadear de su agitada respiración. Sus
dedos comprimen fuerte mis antebrazos; aunque no me hace daño. ¿No me está…
haciendo… daño?
—Siempre. Todo el tiempo. Ayer… ayer me llamó… Va a encontrarme, va a
encontrarme —derramo el terror que palpita en mi sangre; tiritando entre sus
brazos, escapando incesante de su mirada, resistiéndome a su contacto.
Y
por primera vez se deja llevar por la impotencia. Sus dedos oprimen mis brazos
hasta que siento dolor. Pero enseguida los afloja: —No va a encontrarte. Ese
hijo de puta no va a volver a ponerte una mano encima. Lo juro, Elena. —Y busca
mi mirada, tirando de mi barbilla hacia su aliento—. Alza los ojos, mi niña.
Mira al mundo de frente. Siempre, cariño. Porque eres grande, bella. Una de las
mejores personas que he conocido. Y no estás sola. Jamás vas a estar sola.
—No.
No soy buena, Chris… —El trueno estalla, y yo me retuerzo y consigo liberarme
de sus brazos, de su cuerpo, de su olor. Él no me conoce, no conoce a mi padre.
Va a matarlo. Estoy segura que si nos encuentra, mi padre lo matará. Y todo
será culpa mía, culpa mía…
—Elena. —Viene hacia mí y yo me aparto; apoyo mi espalda contra el frío
cristal de la ventana y siento rebotar la lluvia en el vidrio, anhelando cada
una de esas gotas presentidas sobre mi piel. Ojalá pudiera limpiar este barro.
¡Ojalá pudiera arrancarme la piel a tiras!
—No,
no me toques. —Rechazo una caricia, que sin embargo, no encuentra más
resistencia que mi voz; porque mi cuerpo la absorbe, mi alma cede ante ella—.
No me merezco esto. No te merezco… Soy peor que una puta. —Mis labios laceran
ese insulto que grabaron en mí como una creencia.
Y él
se tensa; cada parte de su físico adherido a mi silueta se torna férrea, hasta
el punto de no llegar a distinguir entre su carne y el hueso. Y yo tiemblo,
tiemblo más que nunca.
—No vuelvas a decir eso, ¿me oyes?
—¿Qué
no quieres que diga, Christian? ¿Qué no quieres escuchar?... ¿Que en los
últimos años ni siquiera he llegado a poner resistencia? ¿Que he llegado a
sentir placer? ¿Que he llegado al…al…? —No puedo más. Mis piernas flaquean, mi
cuerpo se arrastra hasta alcanzar el suelo, esperando el final de un calor que
no termina, de un contacto que no se aparta. ¡Por Dios, Christian!
—¿Has
llegado al orgasmo? ¿Es eso lo que quieres decir? ¿Es eso lo que te tortura? —y
responde a mi desesperación con esas tres preguntas; arrancando con su
mirada, con su seguridad, con su…
ternura, parte de este peso que me comprime aquí… en el pecho. Pensaba que
sentiría asco al descubrirme, que me repudiaría, que… que… sin embargo, me abraza, me… ¿abraza?—.
Oh, Elena. Cuánto has tenido que sufrir. Voy a matar a ese desgraciado. Te juro
que voy a matarlo.
—¿No
vas a dejarme? —Y más que interrogante, mi duda es pura súplica.
—¿Dejarte? —inquiere sin entender mi recelo; negando a mis ojos la
posibilidad de evasión—. ¿Cómo voy a dejarte? Mucho menos ahora que te he visto
por dentro. —Acuna mi faz, lava mi
alma—… El orgasmo es solo una reacción física, Elena… Y estoy seguro que esa
reacción no te la ha causado el placer, sino el terror… No tengo más que
mirarte a los ojos para darme cuenta. Tú no has hecho nada malo. Ha sido ese
monstruo. Ha sido ese monstruo, mi niña.
—Christian…
—Te
amo, Elena; y quiero protegerte. Déjame amarte, alabar tu cuerpo, hacerte
sentir el alma a través de mis manos. Permíteme borrar su abominación con mis
caricias. —Su boca se acerca a mi boca, sus ardientes labios calman mi frío...
Jamás nadie me había besado. Jamás nadie me había amado… así.
Su
mano se desliza suavemente por mi cuello; arrastrando mi sudor, llevándose
consigo parte del barro adherido a mi piel. Mi sangre comienza a arder y mis
poros evaporan tal ardor; llamando a su tacto como al agua, vibrando como nunca
imaginé que podría vibrar. Mi fina camiseta lo obedece: se alza ante el
escudriñar de sus dedos; mientras su lengua, sus fluidos se mezclan con los
míos y mi pecho danza al compás de ese
baile de pieles que él alimenta.
—Christian —siseo entre jadeos el nombre de mi salvador. Tal vez no soy
tan mala. Algo bueno he de haber hecho para estar aquí, junto a él. No va a
dejarme, no va a dejarme.
—Oh,
Elena —Su aliento cae sobre mi sien. Me estrecha contra sí. Y yo me siento tan
pequeña entre sus brazos, pero tan grande a la vez—. Perdóname, mi niña… Dios,
te deseo tanto… Pero, no quiero hacerte daño. Estoy llegando demasiado lejos y…
—No,
Christian —imploro cuando lo siento temblar; cuando su lucha por sostenerme,
por defenderme, es tan tangible, que su cuerpo se estremece al combatir la
resistencia de ese ansia por hacerme suya—. No te detengas. Yo también te
deseo... Ámame, enséñame a amar. Límpiame,
límpiame este barro —suplico a ese respirar que aún me clama; y me atrevo a
tocarlo, a sentir la tersa piel de su espalda bajo mis yemas, colmar de agua
salada mis uñas al arañar su delirio.
El
rayo enciende, el trueno estalla. Dos cuerpos desnudos fusionados en el suelo
de una habitación vacía. Llueve, llueve demasiado. Sus manos me recorren,
redibujando las líneas de mi contorno: abriendo mis llagas, extrayendo el
barro, cerrando mis heridas, transformando mi respiración: desbocada, trastornada,
abocada a la metamorfosis catártica de nuestro sino. Cambiándome, cambiándolo;
llenándome, ansiándolo… El rayo enciende, el trueno estalla… ¡Christian!
************
—“Elena”
—¿Mamá? —Abro los ojos. Mi corazón palpita fuerte: lo siento en la
garganta.
Trago saliva muy despacio. ¿Era su voz…? No,
no… Estoy soñando. Me he quedado dormida y estaba soñando. Giro la cabeza sobre
la almohada, conforme el ambiente me va enseñando la vigilia. Sonrío cuando me
cercioro de que nada ha sido un sueño: él sigue aquí, a mi lado; y ahora soy
suya. No hay barro en mi piel, él lo limpió… Respira lentamente, su brazo viste
la desnudez de mis pechos. Tiene el pelo tan anillado que es casi imposible
resistir la tentación de enredar los dedos entre sus rizos. Sus gruesos labios
se curvan sutilmente en una mueca de felicidad… Le estoy haciendo feliz, él me
lo ha dicho. Me he portado bien. No he hecho nada malo… Mi padre es el monstruo
y va a pagar por ello. Voy a hablar, voy a contarlo todo. Romper mi secreto. Ya
no tengo miedo. No estoy sola. Él me ha enseñado a mirar de frente. Él me ha hecho
sentir mujer. Soy una mujer; y soy suya.
—“Elena” —la voz de mi madre me sobresalta
de nuevo. Pero ahora estoy despierta, no estoy soñando. Me incorporo despacio
en la cama. Chris se revuelve, pero sigue dormido… Miro hacia todos los lados,
buscándola. “Elena, por Dios, está muerta”; le digo a mi maltratada psique;
pero ella nunca hace caso a mis razones, nunca… Me presiono la frente: me duele
muchísimo la cabeza. El dormitorio de
Chris está vacío. Tan solo tiene esta
cama donde estamos acostados, y el bulto
de la maleta que contiene sus cosas. No nos ha dado tiempo a desempacar;
tampoco sabíamos si éste sería nuestro lugar definitivo. Por ahora, solo era
nuestro escondite. Aunque ya no haya motivo para escondernos… ya no.
De
pronto, la habitación se llena de luz a causa de un rayo. Y yo tengo que
apretar los dientes para evitar el escalofrío; sé que lo próximo será el
trueno. Oh, Dios, cuánto odio la tormenta. Pero, la piel se me eriza cuando la
habitación se ilumina; y esta vez el relámpago en medio de la oscuridad no
tiene nada que ver con mis miedos. Veo algo encima de la maleta de Chris… Algo que no tendría que estar ahí… ¿Dora?... ¿Qué
hace aquí la muñeca?... Yo no la he sacado de mi bolsa; y mi bolsa está en la
que iba a ser mi habitación… Me levanto despacio; no quiero despertar a
Christian, apenas ha dormido en dos días… aunque tengo ganas de… gritar. Algo
no va bien, algo no va bien. Vamos, Elena, cálmate, son solo tus nervios, tus
nervios… El trueno resuena, siento el estruendo en cada pliegue de mi cuerpo,
en cada resquicio de mi psique. La muñeca cae al suelo sola, el trapo de sus
costuras rebota contra el parqué y acaba tendida cerca de la ventana… Doy un
paso hacia atrás, mis corvas topan con el lateral del colchón, mis piernas flaquean;
pero enseguida me yergo. Por Dios, es solo una muñeca; una vieja muñeca de
trapo que quizá yo misma he puesto ahí sin darme cuenta.
Suspiro, cojo resuello y trago la sequedad que se ha instalado en mi
garganta. Me vuelvo hacia Christian: continúa dormido; aunque su brazo me
busca, su mano acaricia mi lado de la almohada y su nariz se pega a él:
respirando mi rastro, arropándome aún en sus sueños.
—“Elena”. —Otra vez ella, su susurro.
Giro la cabeza rápido hacia el sonido espectral, esperando encontrarme con su
fantasma. Siempre he deseado volver a verla,
sentirla. A veces la llamaba por las noches, cuando el monstruo se marchaba.
Yo quería ir con ella; sin embargo, ella nunca venía a por mí, nunca…
Pero
el ambiente me devuelve vacío. El relámpago enciende, el trueno cruje. Mis ojos
se clavan en el suelo. El corazón palpita rápido, tan rápido que siento dolor.
Ando hacia la muñeca... Tengo que acabar con todo esto. Abandonar mi inseguridad
de niña, mi demencia. Solo hay un camino: dejar atrás el pasado, aferrarme al
futuro; y mi futuro es Christian.
Doblo
mis rodillas, atrapo la muñeca entre mis manos. Alzo mi cuerpo, mis ojos
impactan con el exterior: deformado por el vidrio de la ventana, por la lluvia
que golpea el cristal. El relámpago enciende, me tapo la boca, ahogo el grito…
Dios mío, no… no puede ser… La mirada del monstruo taladra mi esencia, aunque
solo intuya su maldita silueta allá… sobre el barro. El trueno cruje. ¡NO!
—Cariño, ¿estás bien? —La voz de Christian me sobresalta, (aún más).
Intento como puedo retener el temblor, el pánico… Sonrío y respiro despacio.
—Es…
estoy bien. Solo tengo sed. Voy a la cocina a por un vaso de agua —murmuro conteniendo
el quebrar de mis palabras.
Pero,
Chris ladea la cabeza y me mira con recelo. Yo tenso mi cuerpo y mantengo la
sonrisa. No puedo decirle que he visto a ese demonio fuera. Le odia demasiado.
Saldrá a enfrentarse con él. Ni siquiera
estamos seguros ahora que lo ignora. Él no conoce a mi padre, no le conoce. Yo
he visto de lo que es capaz… Dios mío, ¿qué hago? ¿Cómo ha podido encontrarnos…
cómo?
—Elena, ven aquí. —Extiende su
mano hacia mí. El colchón chirría cuando él se incorpora, rechina cuando le
obedezco y me siento a su lado—. Estás a salvo, mi vida. No tienes nada que
temer —musita; pero su semblante es dominado por la inquietud cuando toca mis
ateridas mejillas… Estoy helada, el pánico se ha llevado cualquier rastro de
calor que quedara en mi cuerpo—. Tú no estás bien… ¿Has tenido otra pesadilla?
—No,
Christian —le contesto tajante, dejándome llevar por los nervios, por la
irritación… ¿Cómo he podido ser tan insensata, tan egoísta?... Nací condenada a
un destino. Y lo he involucrado a él. He involucrado a lo más bello que me ha
pasado en la vida. Por eso me aparto: contraviniendo a mi voluntad, rechinando
los dientes, apretando a mi muñeca contra el estómago.
Él me
mira sin entender mi reacción, mi súbito rechazo: buscando mis ojos, tratando
de profundizar en mis pensamientos, como hace siempre. Pero, no voy a darle la
opción de adivinar; aunque me muera por gritar todo lo que está pasando.
Cubro
mi torso con su pijama: la fina tela me envuelve con su olor, cosquillea mis
pantorrillas. Comprimo a Dora contra mí.
—¿Y
esa muñeca? —Su mirada acompaña al relámpago, su pregunta se mezcla con el
trueno.
—Voy
a por un vaso de agua. —Mi respuesta es una evasión apenas audible, mi silencio
es un estridente alarido que hace vibrar las paredes de este refugio, que ha
dejado de serlo.
Me doy
la vuelta: aún lo siento. Salgo de la habitación, cierro los ojos, la puerta
encaja. Mis pies descalzos parecen estar adheridos al parqué, porque no quieren
andar. Las lágrimas me ahogan, hiendo las uñas en mi infancia: en esta muñeca
de trapo que sostengo, tan vieja y rota, como lo estoy yo, a pesar de mi
juventud.
El
rayo enciende, el trueno cruje; consigo mover mi cuerpo, aunque mi alma se
quede pegada a la puerta de esta habitación. Mis ojos inertes solo caminan
fijos a un destino; hasta que algo los despierta… algo que choca con mi pie en
el suelo: la punta brillante de un destornillador… La casa está vacía, pero
llena del desorden normal del abandono, y de una presunta mudanza. Todavía no
era un hogar, podría haber sido nuestro hogar, no recuerdo haber tenido un
hogar.
Me
agacho y recojo la herramienta punzante, la escondo detrás de mi muñeca, la
aprieto contra mi piel, siento el frío del férreo metal presionando mi barriga…
Mi corazón ha abandonado su sitio y se ha instalado en mi cráneo: su palpitar
es cruel, doloroso y ensordecedor. Si alguna vez me pregunté, si se podía
seguir viva sin respirar, hoy tengo la respuesta; aunque tampoco estoy muy
segura de si continúo formando parte de esta existencia.
La
puerta de entrada se acerca a mí o yo me acerco a ella. El relámpago enciende,
el trueno cruje. El frío exterior impacta en mi ser; la lluvia me empapa, el
barro mancha mis pies. Mis ojos se mueven rápido, mi cuerpo se adentra en el
abandonado jardín: escudriñando la oscuridad, buscando, esperando al demonio.
Pero solo veo árboles, matojos, lluvia, brazos de luz que se extienden en el
cielo como esqueletos descarnados lanzando un ultimátum y… ¡NO!
—¿Creías que podías huir de mí, estúpida? Eres mía… —Su podrido aliento
cae sobre mi oído, se cuela por los orificios de mi nariz; aunque comprime
tanto su mordaza contra mi boca que apenas puedo asimilar el aire—… Has roto
el pacto, nuestro secreto. Lo has hecho de nuevo… Sabes lo que va a pasar
ahora, ¿verdad? —Su siseo amenazante retumba en mi cabeza, paraliza mi cuerpo—…
Voy a matar a ese noviecito tuyo… delante de ti… mirándote a los ojos…
sintiendo tu terror… No sabes lo que me excita eso… Sííí…. sí que lo sabes. —La mano que me
estrangula contra su cuerpo, comienza a bajar por mi contorno. Yo aprieto las piernas. Mi ser se rebela. No
pienso dejar que le haga daño a Chris… ¡No va a mancharme otra vez!
—¡NO!
—El rayo enciende, el calambre me domina, cruje el trueno. Hundo el destornillador
en su pantorrilla; siento el remover de su carne, la dureza del hueso al chocar
contra el metal. El quiebro de ese cuerpo podrido que tanto odio, su alarido de
dolor.
—¡Hija de puta! —vocifera el demonio.
Huyo
de él, corro hasta la casa; pero las piernas no me sostienen, flaquean, caigo
al suelo, me hundo en el barro.
—¡Elena!
—¡Christian, no!
El
demonio sonríe, se levanta, blandiendo en su mano aquel destornillador lleno de
sangre. Christian va hacia él. ¡Tengo que detenerlo!… Dios mío, no permitas que
pase… No me arrebates el amor, no…
El
relámpago aparece, el rayo nos cubre, el estruendo nos hace caer… No sé lo que
pasa. Los oídos me duelen… algo me ha cegado. Respiro… trato de calmarme. De
recuperar la lucidez en medio de esta tormenta. Aprieto los ojos, la lluvia
hace gotear mis cabellos empapados, chisporrotea en el suelo, sobre un barro
que no me ensucia.
El
tacto de su piel me hace reaccionar. Tiembla, su mano tiembla al sostenerme. Y
mi ser reverbera al sentirlo—. Oh, Christian.
—Ha
sido el rayo. Ha sido un rayo —susurra ahogado en llanto. Su cuerpo se adhiere
al mío, mojados por esta agua que nos purifica, acunados por el suelo de un
jardín abandonado; mientras el demonio yace inerte consumido por las llamas del
infierno… de su propio infierno; destilando el sucio barro, que jamás volverá a
tocar mi piel.
Escrito por Gema Lutgarda E. López
27/07/2014.
Todos los derechos reservados.
OTRAS PUBLICACIONES DE LA AUTORA
"Las culpas del amor". Una novela que va mucho más allá de lo erótico. Una historia que te atrapará al instante.
Ya disponible en la web de nueva Editora Digital.
SINOPSIS
Vivir
atrapados por las culpas, aquellas que sin embargo, achacamos al amor o al
cariño. ¿Cuántas veces he escuchado la misma excusa?... Eres mía y de nadie más porque te quiero;
tengo el poder sobre tu cuerpo y tu mente porque te amo; te di aquella paliza
porque este amor me está volviendo loco; la maté porque la quise.
Horrores
tras horrores cobijados, excusados… que mancillan y empañan la pureza de tan
hermoso sentimiento.
Esta novela
es un silencio de respeto, y a la vez un grito catártico contra tantas
injusticias.
Harry
Newman, aquel chico torturado por su pasado, aquel chico que amó a otro chico,
supo leer donde nadie leyó: en aquellos ojos verdes atenazados por el miedo.
Quizá porque su pasado estaba tan latente en cada objeto, en cada vida, en cada
instante… que los ojos de Sara lo atraparon en ese mismo calvario sufrido desde
su infancia. Un calvario que quería olvidar, que necesitaba expiar. Por ello,
luchó por ella y también por él; por ello acabó amándola, porque el verdadero amor
no entiende de sexos, ni de culpas.
Sin embargo,
las culpas los persiguieron, aquella guerra no sería fácil de derrotar; el odio
disfrazado de hipocresía los golpeó sin miramientos; pero ellos gritaron,
pelearon, ¡proclamaron! Tendieron su mano hacia ti… Sí… tú, ese lector, ese
otro aliento que vive, que sostiene este libro… ¡Ayúdalos en su grito! ¡Ama,
vive!... Y ahora cierra tu mano, porque
sé que está prendida y unida a esa misma búsqueda. Porque sé que al fin, atado
al amor, tú también eres libre… ¡Sois libres para amar!
“Las culpas
de amor” Gema Lutgarda
Todos los derechos reservados.