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domingo, 29 de junio de 2014

¿Sigues ahí, luna?






¿SIGUES AHÍ, LUNA?


  Cálida noche silenciosa. Mis codos se apoyan en el alféizar de esta ventana y te busco con la mirada, con mis sentidos, luna… Satélite de luz, madre y señora de las mareas, guardiana de los sueños… ¿Dónde estás? ¿Por qué dejas que la noche te desafíe… y te oculte de los mortales que te añoran?
  Respiro despacio, y aún sin verte, mi cuerpo se llena de tu esencia. Siento tu calor acunando mi piel y languidezco… Mamá quiso acompañarme esta noche de nuevo; pero yo rehusé… porque necesitaba hablarte, luna… e incluso reprocharte mi sino.
  Sin embargo, me rehúyes y eliges esconderte entre los densos tules de la oscuridad del crepúsculo. Pero, no importa… porque voy a reclamarte mi pesar de igual forma… Hicimos un pacto, ¿recuerdas? Aunque yo solo era una niña cuando tu brillo y mis anhelos se encontraron. Tú llenarías mi vida de esperanza y yo a cambio te daría mi eterna adoración…
  Ay, luna, me siento tan débil. Perdóname, perdóname por flaquear. Pero, necesito hacerlo esta noche. Solo esta noche le permitiré a mi alma el desfallecimiento, y únicamente ante ti… Descubriré todos estos miedos que me acechan a pesar de la armadura de fortaleza con la que visto mi maltratado espíritu a diario.
  Sé que todo va bien. Los médicos insisten en ello. Pero, cada vez que me miro en ese maldito espejo… que desnudo mi físico ante su reflectante lámina de cristal… Solo me viene a la cabeza una pregunta: ¿Por qué… por qué a mí, ¡malditita sea!?
  ¿Sabes, luna? Hoy he recibido otra de sus cartas… Ni siquiera me atrevo a decirle la verdad. Y no te  puedes imaginar cuánto lo necesito. Necesito que sus manos se enreden en mi melena, que su amor tatúe cada centímetro de piel expectante de sus caricias, que su tacto vuelva realidad mis turgencias. Pero, ya no queda nada de ese recuerdo de mí que él se llevó en su viaje… En sus cartas, todavía vive aquella Miriam de pelo al viento y labios color rubí… Y sé que es injusto, porque el amor que él me demuestra va más allá de la enjuta carne que ahora envuelve mis huesos, pero… Soy una cobarde, ¿verdad? Dímelo… dímelo sin tapujos. No te escondas, luna… Por Dios, ¡háblame!
  —¿Miriam?
  —Dios mío. —Mi hálito entero se estremece cuando la voz aterciopelada de ese amor ansiado y temido reverbera entre las cuatro paredes de este salón oscuro.
  Y me oculto entre las sombras. Agradecida a esa luna esquiva por no regarme con sus rayos. ¿Qué está haciendo él aquí? Yo no quiero que me vea, no quiero…
  —Oh, cariño… —Pero sus brazos me acunan, su cuerpo me cubre, su olor… Ay, su olor…
  Su mano tira del plateado pañuelo que envuelve mi cabeza desnuda. Intento zafarme de sus brazos, pero ni él me deja, ni yo me resisto. Su aliento cae sobre esa piel que ahora es la única separación entre mi cráneo y su cálida esencia.
  —¿Por qué no me lo has dicho? —intenta reprocharme; pero de sus oscuros y profundos ojos solo se desprende el amor ansiado. No veo compasión en su mirada, sino fuerza. No siento desaliento en su querer, sino lucha.
  Hace un rato, luna, que desperté… Cobijada bajo su cuerpo, acunada por tus rayos… Ahora sé que estás ahí… y que has llenado mi vida de esperanza de igual forma que tienes mi adoración.

Dedicado a todas las personas que están luchando por superar la oscuridad.

Escrita por Gema Lutgarda.
Todos los derechos reservados


                                OTRAS PUBLICACIONES DE LA AUTORA







¿Quieres sentir la pasión? ¿Luchar por ellos, con ellos… amar como nunca antes habías amado?
“Las culpas del amor” por Gema Lutgarda… “¡Vívela!”
Disponible en la web de “Nueva editora digital” 


“No recomendada para menores de 18 años”

Sinopsis
Vivir atrapados por las culpas, aquellas que sin embargo, achacamos al amor o al cariño. ¿Cuántas veces he escuchado la misma excusa?...  Eres mía y de nadie más porque te quiero; tengo el poder sobre tu cuerpo y tu mente porque te amo; te di aquella paliza porque este amor me está volviendo loco; la maté porque la quise.
Horrores tras horrores cobijados, excusados… que mancillan y empañan la pureza de tan hermoso sentimiento.
Esta novela es un silencio de respeto, y a la vez un grito catártico contra tantas injusticias.
Harry Newman, aquel chico torturado por su pasado, aquel chico que amó a otro chico, supo leer donde nadie leyó: en aquellos ojos verdes atenazados por el miedo. Quizá porque su pasado estaba tan latente en cada objeto, en cada vida, en cada instante… que los ojos de Sara lo atraparon en ese mismo calvario sufrido desde su infancia. Un calvario que quería olvidar, que necesitaba expiar. Por ello, luchó por ella y también por él; por ello acabó amándola, porque el verdadero amor no entiende de sexos, ni de culpas.
Sin embargo, las culpas los persiguieron, aquella guerra no sería fácil de derrotar; el odio disfrazado de hipocresía los golpeó sin miramientos; pero ellos gritaron, pelearon, ¡proclamaron! Tendieron su mano hacia ti… Sí… tú, ese lector, ese otro aliento que vive, que sostiene este libro… ¡Ayúdalos en su grito! ¡Ama, vive!...  Y ahora cierra tu mano, porque sé que está prendida y unida a esa misma búsqueda. Porque sé que al fin, atado al amor, tú también eres libre… ¡Sois libres para amar!

“Las culpas de amor” por Gema Lutgarda
Todos los derechos reservados
 



El cantar de Nayla




EL CANTAR DE NAYLA


             







El amor encerrado en un libro,
exhalado en un poema


La salada espuma empapa mis pies con el cíclico vaivén de las olas. Miro al horizonte de este mar calmado; y no logro vislumbrar el color del amanecer… Hace tanto tiempo que no veo la luz en este confín donde me hallo encerrada. Antes, la brisa bamboleaba este mar ahora adormecido; y lo embravecía: colmando el ambiente de marisma, impregnando mi rostro de bendito salitre de color albar…
  Me llamo Nayla. Mi padre era un grandioso poeta; por ello decidió convertir mi esencia en poesía. Me moldeó como si yo fuera un verso. Me arrulló con su aliento, y nací a la vida entre líneas y líneas de tinta que me colmaron de resuello. “La que tiene grandes ojos”… Ése es el significado de mi nombre. Y tales palabras plasmadas dibujaron entonces el esbozo de mi faz, que en un tiempo fue bella y joven… Y admirada por muchos amantes del efluvio a los que solía atrapar con mi canto de esperanza.
  A muchos iluminaba, aprisionaba y alimentaba con mi existencia. Les hacía aumentar los latidos de su corazón, cuando las palabras tocaban las puntas de los dedos de esas manos, a veces encallecidas, de tanto pasar las páginas de aquel papel, ya ajado, por las miles de huellas que lo tocaban.  
  Nayla bailaba, golpeando con las puntas de sus pies las entonces doradas arenas de este mar aburrido, donde ahora las calmadas olas mojan las plantas de mi carne descalza. Nayla soñaba, a través de la ilusión de aquellos ojos cerrados, que tras las buenas noches, se dejaban llevar por el dormitar de sus anhelos, cumplidos en aquel libro donde mi historia vivía… envuelta en unos brazos,  que me acunaban, que le daban sentido a mi verdad.
  Nayla era joven, porque ellos me hacían beber de la fuente de la lozanía, cada vez que sus labios acariciaban los versos que troquelaban mi esencia. Mis largos cabellos oscuros brillaban por aquella luz del sol que calentaba mi piel tersa y aceitunada…  Deslumbrando a esos ojos que me hacían suya al recitar mi romance.  Y yo me dejaba amar por aquellas almas que me nombraban, que rozaban mi carne, que endurecían mis pechos con su tacto… Porque fui mujer de muchos; aunque nunca la depravación tintara mis leyendas. No… no había nada sucio en aquellas uniones perpetradas. Eran puras, únicas, íntimas y bañadas de magia; pues serían los humanos ávidos de mi poema, los auténticos forjadores de la Nayla de sus quereres.
  Oh, Dios mío… cuánto echo de menos ese tiempo: esas horas y minutos en los que el amor era mi dueño. Porque ahora solo siento odio en mí… y soledad… Todos me abandonaron… Me dejaron vacía y callada… Enmudecieron las líneas, inmovilizaron las páginas… Me convirtieron en una vieja arrugada y amargada que ni siquiera se atreve a ver su rostro reflejado en el agua salobre que baña esta costa oscura… “¿Por qué?”... Me he hecho esa pregunta miles de veces y no lo entiendo…
  —¡¿Dónde estáis, malditos traidores?! —alzo mi cuerpo encorvado, hundo mis pies en la mustia arena, levantando mi tembloroso puño hacia este opaco cielo, que me devuelve un angustioso eco de mi quebrado reclamo en respuesta.
  Oh… Ay, de mí… Condenada a esta espera, a esta eterna agonía por esa tácita trova que ahora el mutismo mancha. 
  Esos malvados amantes que me prometieron fidelidad, cerraron mi libro… Y dejaron mi universo cegado a la luz. Ni siquiera hay estrellas en mi cielo, y ya no recuerdo como era esa luna cuyos rayos convertían las suaves sedas de mi atuendo en inmaculada albura. Ahora mi añosa piel solo está cubierta por harapos.
  —¡Malditos traidores… ¿me oís?! —grito hasta desgarrarme el alma.
  Pero nadie me escucha…
  Oh, Señor… Estoy tan cansada…
  Dejo caer mi exhausto cuerpo en la arena; y siento el raspar de los sedimentos secos de este mar en mi mejilla. Cierro los ojos y suspiro. Tal vez debería dormir… Admitir el final de mi verso. Nadie volverá a leer jamás mi poema.
  Me abandono a ese sueño no ansiado, acurrucada por la nana cuyo canto es el mecer de las calmadas olas… Y la brisa acaricia mi rostro, trayéndome olores a… ¿La brisa?... No puede ser, ¿he dicho brisa?… No había soplado brisa desde la última vez que…  
  Me incorporo rápidamente… Mis ancianos huesos protestan tal celeridad, pero no les hago caso… Porque si la brisa ha silbado; si este cálido aire presentido no ha sido un sueño, estoy salvada.
  Miro hacia todo los lados, con el corazón palpitando sonoramente en mi pecho; aporreando mis oídos el sordo “Tum – Tum” de su latir. Sin embargo, la desilusión me envuelve, al comprobar que la quietud sigue siendo mi única compañera... Como siempre, desde que aquel último lector cerró mi libro…
  Este viento ha sido un sueño… Oh… solo un sueño.
  Vuelvo a vencer mi silueta sobre el arenoso suelo; aunque esta vez no cierro los ojos. De repente, ocurre de nuevo. Mis cabellos grises y despeinados son removidos por el sutil agitar de la inesperada brisa.
  —Nayla… —susurra una voz aterciopelada y masculina, mezclada con este aire de vida, que otra vez me colma.
  Alzo mi torso en esta arena, que ya no es mi cama, sino mi asiento. Y me pregunto con recelo: ¿Y si sigo soñando?... Oh, no me quiero hacer ilusiones. Tal vez, mi mente senil me está jugando una mala pasada.
  —Nayla… —murmura de nuevo aquél, turbando mi esencia.
  —Ah… —Me agarro el pecho y aprieto los dientes—. ¿Quién eres? —inquiero con voz temblorosa, temerosa de que sea el silencio la única replica… Pero la brisa sopla y la voz me contesta…
  —¿Ya no me recuerdas? —me devuelve el varonil espectro con matiz apesadumbrado en su tono.
  —¿Acaso debería recordarte?... ¿Quién eres? —insisto; y me pongo de pie, buscándolo, porque quiero verle el rostro.
  De repente, el viento golpea con fuerza, alborotando mi melena enredada, revolviendo estos harapos que me visten, obligando a los sucios girones de mi túnica desgastada a rozar mis enjutas pantorrillas. Y el ruido del mar me sobresalta… Viro la cabeza hacia las embravecidas olas, que de pronto, parecen querer tocar el cielo.
  Abro los ojos sobrecogida… Y cruzo los brazos alrededor de mi torso. A pesar de que el frío no es el que impera en esta atmosfera cambiante, mi piel se eriza sin poderlo evitar.
  Entonces, mi respiración se detiene… porque una cálida mano se posa sobre mi hombro. Me giro muy despacio hacia esa energía que me insta. Y mi esencia entera tiembla cuando su aura llena mis retinas… Dios, es él… Mi último lector.
  Sus irises verdes me contemplan como antaño; su mirada me devora como si aquella juventud todavía continuara inherente en mis carnes marchitas. Su boca desbordante de verbo y color, se vuelve húmeda por el deseo de hacerme sentir mujer… declamando mis versos, que han estado callados todo este maldito tiempo.
Sin embargo, el rencor me enerva… ¿A qué viene ahora?... ¿A burlarse de mí?... Recitará mi oda y luego se marchará; riéndose a mandíbula abierta de mi ajada apariencia con su sardónica mofa.
  —Tú… —mascullo esa única palabra, lanzándola sobre él como un puñal acusatorio. Andando hacia atrás para deshacer todo contacto con esa piel que me reclama.
  —Nayla… —me implora la cercanía que yo trato de evitar, pronunciando mi nombre que se enreda como la seda en su lengua.
  Me estremezco y cierro los ojos… Pero, no… No me voy a dejar llevar otra vez  por su conjura; por la miel que destila su boca cada vez que me recita.
  —¿Qué es lo que quieres? —le reclamo; mientras retengo las lágrimas. Y obligo a mi ente a fingir indiferencia, rivalidad… ¡Lo odio! ¡Tengo que odiarlo!... ¡Me abandonó igual que todos!
  —Amarte… —me responde; y mi cuerpo entero tiembla por sentir la quimera de esa pasión olvidada.
  —Yo ya no puedo amar… Me destruisteis entre todos con vuestro silencio… ¿Acaso no me has visto?... ¡Soy una vieja deforme y seca! ¡Nadie volvió a entonar mi canto!... La tinta inmóvil corroyó mis enjundias… ¡Y todo ha sido por vuestra culpa!
  —Ay, mi Nayla…  —exhala su lamento. Y veo correr lágrimas de sus ojos.
  Se acerca a mí; pero esta vez no me aparto. No podría… El deseo por su contacto es demasiado fuerte. Posa su mano en mi cara. Y yo me quiebro con su calor. Dios… dame fuerzas… Entonces hunde sus labios en los míos: humedeciéndolos con ternura, alisando esos pliegues que la soledad de los años había marcado en mi boca; hasta que somos solo uno. Una misma esencia, llenando de clamores mi verso callado… que renace a la vida, al amanecer de este mar embravecido que nos salpica de júbilo. A este cielo, de pronto saturado de colores violáceos y agua marina.
  Mis grandes ojos oscuros y profundos le miran, le contemplan; y ni siquiera se atreven a parpadear por miedo a que él desaparezca. Igual que aquella última vez en que mi poema enmudeció… Pero, está aquí. No se aparta. Sus tersas manos acunan mis mejillas… y yo… y yo…
  —Eres bella, Nayla… Ni los años, ni la tinta inmóvil… Ni miles de ingratos como yo podrían quebrar tu hermosura… Las almas puras como la tuya jamás se corrompen a pesar de la podredumbre del mundo… Tú eres la esperanza, Nayla… De muchos hombres… De todos y cada uno de los que alguna vez llegaron a tocar tu verso…  —Su frente se une a la mía, mientras mi semblante permanece atrapado entre sus manos. Aprieta sus ojos; y el dolor le inunda a la par que el amor. Este amor que vicia el aire que ambos respiramos—. No te merezco, mi vida. Fui egoísta. Te quise solo para mí… Yo robé todos tus libros… Defraudé, pelee con todo aquel que osó evitar que te tuviera… Y ahora estoy recibiendo el castigo; porque la vida me abandona… Porque quizá, ésta será la última vez que pueda pronunciar tu oda… Pero, no te preocupes, mi amor… Mi muerte será tu libertad… Los libros, tus libros, volverán a cobrar vida en otras manos… cuando yo abandone el mundo de los hombres.
  —¿Y si yo no quiero ser libre? —le digo con la voz quebrada y el corazón en la boca.
  Tenerlo aquí de nuevo, me ha hecho recordar lo que sentí cuando se fue. Él no ha sido el único egoísta. Jamás mi prosa estuvo tan viva como cuando él la pronunciaba. No fui capaz de hacer vibrar a nadie más con mi verso cuando él se alejó… Mi mundo se volvió oscuro con su falta… Mis cánticos se detuvieron con su ausencia… Yo ya no vivía en esos libros que él arrebató a los otros amantes, porque ya no habría nadie más amado… Le quiero a él.
—¿Qué he hecho yo para merecerte? —exhala junto a mi boca; cuando las lágrimas que destilan mi esencia proclaman mi perdón.
 —Ser mi poema… —Y mi voz reverbera en este cantar que nos une.
“Cuenta la leyenda, que el último lector fue encontrado yacente abrazado a un libro, y rodeado por otros muchos de igual textura y envoltura… en los que los versos esculpieron una nueva historia entre arenas doradas y un mar embravecido… de dos amantes cuyo amor forjado llenaría de sueños, a todo aquél que alguna vez tocara sus ajadas páginas”.

Escrito por Gema Lutgarda
Todos los derechos reservados




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"Las culpas del amor". Una novela que va mucho más allá de lo erótico. Una historia que te atrapará al instante.
Ya disponible en la web de nueva Editora Digital.

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“Las culpas de amor” Gema Lutgarda 
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