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jueves, 26 de junio de 2014

BUSCANDO EL SOL (PEQUEÑA FÁBULA INFANTIL)




BUSCANDO EL SOL
(PEQUEÑA FÁBULA)

Laurita se asomó a la ventana. Sus pequeños deditos señalaron al sol. Aquella esfera hermosa, grande, llena de luz... Una luz tan intensa que, le hacía encoger sus ojitos color aceituna.
Mamá le decía que no debía mirar fijamente al resplandor de esa hermosa estrella… “Pero las estrellas solo salen de noche”; le rebatía a su madre con su media lengua, encogiendo la nariz y frunciendo el ceño; cruzando sus bracitos por delante, sobre la pechera de ese pichi vaquero de la gatita Kitty, que tanto le gustaba: su preferido.
  –Las estrellas siempre están ahí, cariño. Pero, de día el sol las hace invisibles… Juega al escondite con ellas. Y éstas se ocultan entre el suave algodón de las nubes, para que el sol no las encuentre.
  –Yo quiero jugar al escondite con el sol. Me gusta el sol –replicaba Laurita, dando saltitos; enseñando su boquita mellada, con esa sonrisa nerviosa de niña.
Ver a su hijita reír, era la sensación más maravillosa que podía regalarle la vida. Y entonces la cogió en brazos, aspirando ese bendito aroma a bebé que aún envolvía a su pequeña, a pesar de que cada vez le costará más trabajo levantarla del suelo–. A mí también me gusta el sol –suspiró las palabras, henchida de satisfacción; hundiendo la nariz en su pelito negro ensortijado. 
  –¿Y por qué no puedo mirarlo, mami?... Me gusta el sol –insistía la niña, con su inocente obsesión de cría.
  –Porque te haría daño en los ojitos.
  –¿Daño? ¿El sol es malo, entonces? –entornó su mirada; y frunció los labios con desilusión.
Aunque su madre le devolvió pronto la sonrisa. Le pegó un toquecito juguetón y cariñoso en su chatita nariz que le hizo arrugar el gesto y  avivar esos preciosos ojitos verdes.
  –El sol es un milagro, hija… Como tú.
  –No lo entiendo –sacudió la pequeña la cabeza, confundida; mientras su madre la sentaba en el  pupitre de plástico de aquel bonito cuarto de juegos. Y cruzaba las piernas al sentarse en el suelo, para ponerse a la altura de su hija.
  –El sol es como un gran mago. Que da la vida a las flores, a los árboles… a los animales…
  –¿Al gatito del señor Gómez también? –la interrumpió la niña, con su rostro de nuevo desbordado de ilusión: “Guau… el sol es un gran mago”; pensaba, mientras su madre seguía relatándole la historia
  –Sí… al gatito del señor Gómez también –accedió la madre entre risas–. El gran sol nos da la vida a todos y nos protege con su calor. Pero como es tan grande, y tiene tanto calor para compartir, hay que tener cuidado, y coger ese calor poquito a poco…
  –Para no quemarnos –interrumpió de nuevo la pequeña; abriendo mucho los ojos. Su cabecita estaba empezando a comprender; y además, se estaba acordando de algo: –¿Como el año pasado, cuando me quemé en la playa, porque tomé mucho el sol?
  –Ajá… –asintió su madre–. El sol es grandioso, Laura. Y todos los días nos regala su magia. Tan solo tenemos que coger un poquito de ella; un pellizquito de esos polvos mágicos que nos dan la vida… Puede que ahora no lo entiendas, porque eres muy pequeña; pero mis palabras estarán en tu cabecita para siempre: Si la vida te da la oportunidad de disfrutar de la belleza de las cosas, no quieras agotar su regalo muy deprisa mirando al sol.  Ve despacio… y entonces sus rayos te acariciaran para siempre.  
Laurita sonrió. Y a pesar de no entender esas últimas palabras, sintió la calidez de la tierna voz de su madre; y nunca olvidó este momento, que llevó grabado en su memoria.
Escrito por Gema Enrique   
Copyright 2014
  
   

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