BUSCANDO EL SOL
(PEQUEÑA FÁBULA)
Laurita se asomó a la ventana. Sus pequeños deditos
señalaron al sol. Aquella esfera hermosa, grande, llena de luz... Una luz tan
intensa que, le hacía encoger sus ojitos color aceituna.
Mamá le decía que no debía mirar fijamente al resplandor de
esa hermosa estrella… “Pero las estrellas solo salen de noche”; le rebatía a su
madre con su media lengua, encogiendo la nariz y frunciendo el ceño; cruzando
sus bracitos por delante, sobre la pechera de ese pichi vaquero de la gatita
Kitty, que tanto le gustaba: su preferido.
–Las estrellas
siempre están ahí, cariño. Pero, de día el sol las hace invisibles… Juega al
escondite con ellas. Y éstas se ocultan entre el suave algodón de las nubes,
para que el sol no las encuentre.
–Yo quiero jugar al
escondite con el sol. Me gusta el sol –replicaba Laurita, dando saltitos;
enseñando su boquita mellada, con esa sonrisa nerviosa de niña.
Ver a su hijita reír, era la sensación más maravillosa que
podía regalarle la vida. Y entonces la cogió en brazos, aspirando ese bendito
aroma a bebé que aún envolvía a su pequeña, a pesar de que cada vez le
costará más trabajo levantarla del suelo–. A mí también me gusta el sol –suspiró
las palabras, henchida de satisfacción; hundiendo la nariz en su pelito negro
ensortijado.
–¿Y por qué no puedo
mirarlo, mami?... Me gusta el sol –insistía la niña, con su inocente obsesión
de cría.
–Porque te haría
daño en los ojitos.
–¿Daño? ¿El sol es
malo, entonces? –entornó su mirada; y frunció los labios con desilusión.
Aunque su madre le devolvió pronto la sonrisa. Le pegó un
toquecito juguetón y cariñoso en su chatita nariz que le hizo arrugar el gesto
y avivar esos preciosos ojitos verdes.
–El sol es un
milagro, hija… Como tú.
–No lo entiendo –sacudió
la pequeña la cabeza, confundida; mientras su madre la sentaba en el pupitre de plástico de aquel bonito cuarto de
juegos. Y cruzaba las piernas al sentarse en el suelo, para ponerse a la altura
de su hija.
–El sol es como un
gran mago. Que da la vida a las flores, a los árboles… a los animales…
–¿Al gatito del señor
Gómez también? –la interrumpió la niña, con su rostro de nuevo desbordado de
ilusión: “Guau… el sol es un gran mago”; pensaba, mientras su madre seguía
relatándole la historia
–Sí… al gatito del señor Gómez también –accedió la madre entre risas–. El gran sol nos da la vida a
todos y nos protege con su calor. Pero como es tan grande, y tiene tanto calor
para compartir, hay que tener cuidado, y coger ese calor poquito a poco…
–Para no quemarnos –interrumpió
de nuevo la pequeña; abriendo mucho los ojos. Su cabecita estaba empezando a
comprender; y además, se estaba acordando de algo: –¿Como el año pasado, cuando
me quemé en la playa, porque tomé mucho el sol?
–Ajá… –asintió su
madre–. El sol es grandioso, Laura. Y todos los días nos regala su magia. Tan
solo tenemos que coger un poquito de ella; un pellizquito de esos polvos
mágicos que nos dan la vida… Puede que ahora no lo entiendas, porque eres muy
pequeña; pero mis palabras estarán en tu cabecita para siempre: Si la vida te
da la oportunidad de disfrutar de la belleza de las cosas, no quieras agotar su
regalo muy deprisa mirando al sol. Ve
despacio… y entonces sus rayos te acariciaran para siempre.
Laurita sonrió. Y a pesar de no entender esas últimas
palabras, sintió la calidez de la tierna voz de su madre; y nunca olvidó este
momento, que llevó grabado en su memoria.
Escrito por Gema Enrique
Copyright 2014
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