LILIUM
Tiempo.
Todo el mundo busca consuelo en el tiempo. Te aferras al engaño del tiempo: te
sentirás mejor con el tiempo, dolerá menos con el tiempo… Y tú sonríes cada día, intentando ocultar ese
tiempo, que corroe tu alma en la espera de tal utopía. Y te sientes vieja a
pesar de tu juventud; aunque tu adultez haya quedado aniquilada en el momento
de la pérdida: la paradoja transformada en dicotomía. Me convertí en un bebé
desvalido aquel 20 de junio. Un bebé de piel arrugada y espíritu añoso envuelto
en un cuerpo de mujer.
Y
suspiro… apretando, sosteniendo, reafirmando mis dedos sobre las teclas de este
ordenador; buscando la inspiración para acabar una frase inconclusa que
marcaría el término de esta bella novela, que aquel 20 de junio, quedó
condenada al cruel silencio de la página en blanco.
“Jamás una flor tan bella como aquel lilium… como aquel… lilium”; repito el cantar
inacabado vocalizando lentamente, con la vista puesta en la rotura del amanecer
que se cuela por la ventana.
Tú eras
el lilium, mamá. Mi lilium. Aquella
hermosa flor que iluminaba mi vida. Pero no puedo acabar mi novela, porque no
encuentro el alivio de ese renacer. Te he buscado desde entonces, aferrada a
esa fecha: 20 de junio; cuando el verano decidió llevarte, apartarte de mi
lado; cuando los liliums florecen, retoñan,
después del dormitar del invierno. Pero, no siento el calor del estío; adormilados
quedaron los pétalos de esa flor, encerrados en su bulbo, que el tiempo se
empecina en dominar.
Hasta
que el aire musita, cargado de olores de vida, de hálitos incomprensibles, que
aun así, viajan henchidos de entendimiento. Y me hacen reaccionar, terminar esta
novela que nunca murió a pesar del destino. Pues yo buscaba el resucitar de una
flor cuyo bulbo nunca perdió sus hojas. No hubo muerte entre nosotras, ni
paradoja, ni dicotomía incierta. No hubo renacer, porque solo renace aquello
que alguna vez feneció. Me diste la vida, vives en mí; no me hace falta
buscarte, porque ya te tengo.
“Jamás una flor tan bella como aquel lilium, había colmado con tantas sonrisas un alma
adherida a su tallo.”
Te quiero, mamá.
Escrito por Gema Lutgarda E. López.
Cuánta belleza y sensibilidad! Muchas gracias por compartir.
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