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domingo, 13 de julio de 2014

Lilium



LILIUM














  Tiempo. Todo el mundo busca consuelo en el tiempo. Te aferras al engaño del tiempo: te sentirás mejor con el tiempo, dolerá menos con el tiempo…  Y tú sonríes cada día, intentando ocultar ese tiempo, que corroe tu alma en la espera de tal utopía. Y te sientes vieja a pesar de tu juventud; aunque tu adultez haya quedado aniquilada en el momento de la pérdida: la paradoja transformada en dicotomía. Me convertí en un bebé desvalido aquel 20 de junio. Un bebé de piel arrugada y espíritu añoso envuelto en un cuerpo de mujer.
  Y suspiro… apretando, sosteniendo, reafirmando mis dedos sobre las teclas de este ordenador; buscando la inspiración para acabar una frase inconclusa que marcaría el término de esta bella novela, que aquel 20 de junio, quedó condenada al cruel silencio de la página en blanco.
  “Jamás una flor tan bella como aquel lilium…  como aquel… lilium”; repito el cantar inacabado vocalizando lentamente, con la vista puesta en la rotura del amanecer que se cuela por la ventana.
  Tú eras el lilium, mamá.  Mi lilium. Aquella hermosa flor que iluminaba mi vida. Pero no puedo acabar mi novela, porque no encuentro el alivio de ese renacer. Te he buscado desde entonces, aferrada a esa fecha: 20 de junio; cuando el verano decidió llevarte, apartarte de mi lado; cuando los liliums florecen, retoñan,  después del dormitar del invierno. Pero, no siento el calor del estío; adormilados quedaron los pétalos de esa flor, encerrados en su bulbo, que el tiempo se empecina en dominar.
  Hasta que el aire musita, cargado de olores de vida, de hálitos incomprensibles, que aun así, viajan henchidos de entendimiento. Y me hacen reaccionar, terminar esta novela que nunca murió a pesar del destino. Pues yo buscaba el resucitar de una flor cuyo bulbo nunca perdió sus hojas. No hubo muerte entre nosotras, ni paradoja, ni dicotomía incierta. No hubo renacer, porque solo renace aquello que alguna vez feneció. Me diste la vida, vives en mí; no me hace falta buscarte, porque ya te tengo.

  “Jamás una flor tan bella como aquel lilium, había colmado con tantas sonrisas un alma adherida a su tallo.” 

   Te quiero, mamá.

Escrito por Gema Lutgarda E. López. 



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